SOCIEDAD Y GENTES

Las madreñas

Solamente recordar o ver un par de madreñas me trae a la mente las madreñas esperando la vuelta de sus dueños en la bajera de las escaleras, esperando para volver a navegar en los barrizales, entre los charcos o entre el estiércol de las cuadras.

Las humildes madreñas son el paradigma y el símbolo de una forma de vida que ha desaparecido. Para la Omaña más húmeda y fría representaron la posibilidad de poder vivir en estos parajes tan difíciles, una perfecta adaptación al medio, con la nieve, el frío, la lluvia y los caminos llenos de rocas y pedregales.

Las piedras, el agua, las madreñas…

No quiero atribuir su uso y aparición a estas tierras, ya que los zuecos, las galochas, las almadreñas, que son algunos nombres con que se las conocía en otros lugares, las encontramos en Asturias, Cantabria, Galicia, en las zonas de montaña de Castilla y León, hasta en Aragón y Cataluña, además de otros muchos países del Norte y centro de Europa, Países Bajos, Inglaterra o Suecia.

Las madreñas llegaron a ser una artesanía importante porque todo el mundo las necesitaba y las utilizaba. A Omaña llegaban los buhoneros con sus carros de mercancías trayendo madreñas o las vendían en los comercios de los pueblos más grandes, pero a muchos pueblos llegaba el propio madreñero, desde Asturias u otros lugares circundantes, para instalarse durante todo el invierno y hacer las madreñas por encargo.

El madreñero se convertía en un personaje entrañable para los pueblos. No solamente les hacía las madreñas a medida, con la madera que cada uno quisiera, aliso, haya, nogal o abedul para las más decoradas, ya que era más blanda, y más raramente de castaño o álamo, también traía noticias e historia nuevas, para contar en los «calechos» al amor de la lumbre, en las largas noches de invierno.

Madreñero

Mis recuerdos, en Marzán, en el Valle Gordo, en los fríos inviernos de hace tantos años, cuando todos decimos que nevaba tanto, conservan la figura mágica de Colas, un viejo artesano de las madreñas que venía de un pueblecito asturiano, con su caballo cargado con las herramientas para hacer las madreñas y su bonachón mastín blanco. A los niños, que lo visitábamos cada día, al salir de la escuela, nos contaba cuentos e historias mientras «furgaba» en los troncos de madera y les iba dando la forma deseada.

Ahora, en el mejor de los casos, decoran una estantería llena de viejos recuerdo, cuelgan impolutas en una pared, sirven para poner unas flores secas o la carcoma las está volviendo polvo y serrín, olvidadas en un oscuro rincón lleno de trastos viejos.

La carcoma en las madreñas

Luego vendrían los «chanclos» de goma negra, pero eran muy fríos, duraban poco y la suerte de las madreñas ya estaba echada. La forma de vivir que las hizo imprescindibles se estaba acabando con cada nuevo invento que llegaba, con cada avance, y las personas que tanto las usaron y que tanto las querían, se estaban marchando, unos definitivamente, otros emigrando a las ciudades y las fábricas. ya nadie las necesitaba.

Autor

ninomelcon@gmail.com

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